
Es Gremi se dejó devorar por Eskorzo
Andrea Arroyo
Antonio Sureda (ver galería)
Eskorzo: fin de gira “Historias de amor y otras mierdas” + La Barraka.
Sábado 6 de diciembre en Es Gremi.
A veces un concierto es mucho más que eso. Es una experiencia que va más allá, que se adentra en el terreno personal, una terapia que te hace conectar con el grupo y con sus temas. El grupo granadino Eskorzo, dentro de la gira de despedida de su octavo álbum «Historias de amor y otras mierdas», subió este sábado al escenario de un Es Gremi casi lleno, para demostrar por qué lleva tres décadas de éxito, siendo los representantes del rock de mestizaje en España. Y es que, con un espectáculo vibrante y esa mezcla de géneros que van desde el ska hasta la cumbia o el bolero, pasando por el reggae, groove andaluz o funk, desde luego no deja indiferente a nadie y logra una conexión especial.
La banda La Barraka fue la encargada de encender la chispa a una noche que se avecinaba movidita. Los mallorquines, con temas como «Fronteras invisibles» o «Tierra prometida», dejaron al público animado para lo que venía a continuación.
Era el momento. Los granadinos subían al escenario con una energía que pronto invadió toda la sala y al grito de “¿dónde está la gente?” rugió Es Gremi haciendo ver que la gente estaba muy presente. El concierto empezó a toda castaña, casi sin parar para recobrar el aliento. Arrancaron con temas como «Camino de fuego», «La pena» o «Cumbia caníbal» y lo reconozco, fue inevitable no animarse a sacar algún paso de baile. O al menos a intentarlo. Pero con la cabeza bien alta para no perder nada de lo que pasaba en el escenario. Y es que, como bien dijo a este medio el cantante Tony Moreno, “Bailar es terapia. Hay gente que no se atreve, y habría que bailar todos los días, porque sí, lo hagas bien o no”. Y sí, aquí hay una arrítmica que ayer también puso en práctica este ejercicio terapéutico viendo cómo Eskorzo devoraba el escenario.
Las manos del público podían rozar el techo de la sala. El ambiente ya estaba muy animado a mitad de la actuación cuando llegaron «Los besos que me dabas» o «Se tiene que acabar», pertenecientes a su último trabajo. Pero también hicieron un repaso por temazos de discos anteriores, como «La tumba» o «Déjame que te devore», que hicieron enloquecer a un público entregado. También hubo una exposición rítmica e imparable cuando se marcaron un solo de percusión, creando una conexión colectiva entre los asistentes y una energía arrolladora, que arrancó los aplausos de todos. Nadie estaba quieto. La verdad, era imposible estarlo.
El público, aunque sabía que el concierto estaba a punto de culminar, seguía muy dentro del espectáculo, dándolo todo, muy arriba de ánimos y pidiendo un tema a gritos. Y no, no fue un final suave. Fue emocionante. Fue intenso. Fue terapia rítmica. Fue fiesta. Fue muy, muy movido. Los saltos del público, bailando unos con otros, cantando en sintonía con su grupo durante casi hora y media de ritmo, y la buena vibra, llegaban a su fin. Pero hay algo claro, las sonrisas y caras de felicidad y el sudor de las camisetas, solo podían significar una cosa: ha merecido la pena.













































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